La epidemia de cáncer provocada por el 11-S

El 11 de septiembre de 2001 fue una fecha que, tristemente, marcó no solo a los ciudadanos de Nueva York, sino al mundo entero. Cuatro aviones fueron secuestrados por Al Qaeda, dos de ellos provocaron el derrumbe de las Torres Gemelas, otro impactó contra el Pentágono, y el último, finalmente, no siguió los planes del grupo y acabó en un campo abierto en Pensilvania. Todo ello provocó la muerte de casi 3.000 personas, además de una nube gris que sumergió a la ciudad de Manhattan y que, años más tarde, generaría una epidemia en ella.

 

La nube gris no solo cubría la ciudad, sino el cuerpo de los supervivientes, de los equipos de rescate, vecinos, etc. Esta provenía de los edificios pulverizados, es decir, era una mezcla de cemento, metales, combustible de los aviones, y el amianto que se encontraba en las Torres Gemelas. Se estima que, en total, habría alrededor de 400 toneladas de amianto tan solo en la Torre Norte que, al derrumbarse provocó la dispersión de las fibras en toda la ciudad.

 

La constitución de las fibras de amianto (finas y ligeras) provocó que quedasen suspendidas en el aire durante mucho tiempo después del atentado. Esto derivó en que no fuesen inhaladas únicamente por aquellas personas que se encontrasen cercanas en aquel momento a la denominada como ‘Zona Cero’, sino por toda la ciudad durante semanas. Las fibras de amianto no han sido las únicas responsables de las enfermedades que llegaron más tarde. Sino que la mezcla de todos los elementos que constituían la nube grisácea la hicieron potencialmente peligrosa. Miles de personas estuvieron expuestas a dicha mezcla: los mencionados anteriormente, además de todas aquellas personas que en los meses y años siguientes llevaron a cabo la reconstrucción de la Zona Cero.

 

Años más tarde del atentado las enfermedades comenzaron a evidenciarse. Actualmente, más de un millar de trabajadores de los servicios de emergencia han fallecido por enfermedades derivadas de la inhalación de la nube gris. Además, a estos se les suman los 400.000 afectados por enfermedades provocadas por los atentados. A los primeros en acudir al rescate, las consecuencias de la nube tóxica fueron inmediatas: dolores en el pecho, irritación gastrointestinal, indigestión, etc.

 

A medio plazo fueron los rescatistas los que comenzaron a desarrollar las patologías. Estos trabajaban en turnos de 12 y 14 horas en la Zona Cero, e incluso llegaban a dormir allí. Todas las enfermedades consistieron en problemas respiratorios. Mientras que, a largo plazo, aquellas personas que participaron en las tareas de rescate comenzaron a desarrollar cáncer. 1.655 policías, obreros, voluntarios y funcionarios tuvieron cáncer, además de los 863 bomberos, es decir, más de 2.500 personas.  

 

Actualmente, no se sabe con exactitud la cantidad de fibras de amianto que constituía esa nube gris, ya que acabó desapareciendo con el tiempo. Lo que sí se sabe es que las consecuencias fueron nefastas y que se siguen sufriendo en el presente. Las enfermedades que provocó esta mezcla han tenido un alto período de latencia, lo que ha dificultado aún más el seguimiento de las personas que estuvieron expuestas. Algo similar a lo que ocurre con el amianto a nivel mundial.